Esta instalación surge de mi investigación en torno a la idea de “piel” entendida como límite conector y protector que condiciona y regula la conexión con el entorno. Me interesa la relación directa que existe entre los tejidos biológicos y culturales. Ambos caracterizados por una configuración dialógica que se da entre el adentro y el afuera, entre lo biológico y lo cultural, entre lo privado y lo público. Si bien la piel se presenta como superficie igualadora -uniforme humano-; a su vez, es un contenedor personal. Expresa en su exterior la naturaleza de ese contenido recreado de manera única y constante de acuerdo a sus infinitas formas de vincular. Esta exploración me ha llevado a indagar sobre la memoria háptica (táctil) que genera cada sujeto, y por lo tanto, a ahondar sobre el “sentido del tacto”. Entendido, a este último, no solo como la sensación estimulada desde lo externo - cuando nuestra piel toma contacto con algo-, sino también la sensación interior de nuestro cuerpo ligado a lo afectivo. Tangible en expresiones de uso cotidiano como “siento mariposas en la panza”, “tengo un nudo en la garganta” o “se me estruja el corazón”. La instancia cumbre del efecto artístico es la sensación de “ser tocado”, “ser afectado”, produciendo un cambio de estado, dejando una huella o marca, que inicie movimiento, que perturbe, que conmueva. Al abordar este trabajo desde la experiencia corporal me surge la necesidad de pensar y expandir mi interés en la participación del espectador, entendiendo a éste como co-creador que desde su particularidad en distinta medida y manera contribuye al sentido de la obra. Nos convertimos en un registro del intercambio porque la piel afecta y es afectada.